Allí está mi celular, me siento intimidada de a momentos, me incomoda,
lo mire de reojo a lo lejos durante un buen tiempo. No suena. Ni
llamadas, ni mensajes. Hace un buen tiempo que ya deje de esperar una
llamada o un mensaje. Aún así, siento que me mira, y sin decir nada, me
hace sentir que debo llamarte. Hace un buen tiempo que no se nada de
vos. Me sujeto la cabeza arrastrándome el pelo hacia atrás, siempre hago
eso cuando estoy nerviosa. Quisiera estar convencida de que hablar con
vos
solucionaría algo pero se que no lo hará. No hay nada que arreglar. No
hay nada que podamos hacer para volver a lo que eramos. Me acuesto otra
vez y lo dejo lejos mío, así está mejor. Intento pensar en otras
estupideces pero no me mantienen entretenida porque cuando me acuerdo de
vos todo lo demás no me interesa. Me siento en la cama, no puedo seguir
así. Agarro el teléfono y lo observo. Borre tu número de todos lados,
menos de mi cabeza. Marco ese montón de números, son muchísimos. Espero.
Me
como las uñas y me toco el pelo otra vez. Odio este nerviosismo. Se me
acelera el pulso. Ese maldito tono. Pienso: vamos, atiende, atiende. De
la nada se me cortó la respiración cuando dijiste "hola", me quedé ahí,
paralizada, muda. Tu voz, esa voz divina, esa voz mandada del infierno
para condenarme a quererte. Se me caen unas lágrimas, escuchas mi
respiración y repites "hola". Nada. Corto. Se me escurre el celular de
las manos. Te echo de menos como nunca antes.
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