Había pasado ya un tiempo desde que él se había marchado, cuando sin querer, una tarde en mis ojos se volvió a reflejar esa silueta de aquel chico. Seguía siendo él. Sus manos, con las cuales entrelacé mis dedos, me recorrieron cada rincón de mi cuerpo, fuertes, grandes y cálidas, seguían siendo de él, seguían siendo suyas. Esa voz con la que me decía "te quiero" al oído, seguía siendo suya. Sus labios, que me regalaron la oportunidad de viajar más allá de la Tierra, seguían húmedos, seguían con el letrero de "ven, te invito a pecar un momento", seguían siendo suyos. Su piel tostada era la misma con que tantas veces nos fundimos. Su corazón, sitio inexplorado y peligroso, seguía ahí, -aunque con algunas cicatrices de sus amores pasajeros- seguía siendo suyo. Su aroma, sus gestos, su risa, todo seguía siendo de él. Inclusive yo seguía siendo suya. Me quedé mirándolo largo tiempo sin que él me notara, recordando tiempos lejanos y felices a su lado. Seguía siendo él, seguía siendo aquel chico sin reglas al cual le entregué mi corazón y él me entregó el suyo por un tiempo... En ese instante, recordé el fatídico día en que me lo arrebató, llegó y se lo llevó consigo incluyendo mi corazón. Seguía siendo él; pero ¿saben? caí en la cuenta de que aunque, como ya afirmé, no había cambiado, sí cambio algo de él: YA NO ERA MÍO.
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