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jueves, 1 de noviembre de 2012

 Allí está mi celular, me siento intimidada de a momentos, me incomoda, lo mire de reojo a lo lejos durante un buen tiempo. No suena. Ni llamadas, ni mensajes. Hace un buen tiempo que ya deje de esperar una llamada o un mensaje. Aún así, siento que me mira, y sin decir nada, me hace sentir que debo llamarte. Hace un buen tiempo que no se nada de vos. Me sujeto la cabeza arrastrándome el pelo hacia atrás, siempre hago eso cuando estoy nerviosa. Quisiera estar convencida de que hablar con vos solucionaría algo pero se que no lo hará. No hay nada que arreglar. No hay nada que podamos hacer para volver a lo que eramos. Me acuesto otra vez y lo dejo lejos mío, así está mejor. Intento pensar en otras estupideces pero no me mantienen entretenida porque cuando me acuerdo de vos todo lo demás no me interesa. Me siento en la cama, no puedo seguir así. Agarro el teléfono y lo observo. Borre tu número de todos lados, menos de mi cabeza. Marco ese montón de números, son muchísimos. Espero. Me como las uñas y me toco el pelo otra vez. Odio este nerviosismo. Se me acelera el pulso. Ese maldito tono. Pienso: vamos, atiende, atiende. De la nada se me cortó la respiración cuando dijiste "hola", me quedé ahí, paralizada, muda. Tu voz, esa voz divina, esa voz mandada del infierno para condenarme a quererte. Se me caen unas lágrimas, escuchas mi respiración y repites "hola". Nada. Corto. Se me escurre el celular de las manos. Te echo de menos como nunca antes.

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